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Los riesgos de creer que toda comunicación pasa por las redes sociales e internet

  • Foto del escritor: Flavio Patricio Aranda
    Flavio Patricio Aranda
  • 12 oct
  • 3 Min. de lectura

La obsesión por la idea de que toda interacción pasa por las redes sociales no solo excluye a miles de personas, sino que fractura el tejido social y profundiza la desigualdad. Perjudica a instituciones, empresas, comercios y atenta contra el derecho a la información.


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En un mundo que cree que todo pasa solo por las redes sociales, una pregunta incómoda se abre paso: ¿qué pasa con quienes se quedan del otro lado de la pantalla? La creencia de que la comunicación hoy es sinónimo de redes sociales ignora realidades como la pobreza, el analfabetismo digital y las limitaciones o soledad de parte de los adultos mayores, construyendo un muro que segrega a una parte importante de nuestra sociedad.


La narrativa dominante nos repite que "todos" estamos en Instagram, WhatsApp o TikTok. Sin embargo, esta es una visión profundamente miope. En Argentina, la tasa de conexión a redes sociales es del 68.2%, según datos de enero de 2024 de la Universidad FASTA. ¿No importa el 31.8% restante de la población?


Una institución, empresa o comercio se comunica bien cuando utiliza todos los canales a su disposición. Pensemos en lo que hacen las grandes marcas: están en todas partes. No solo viendo compartir sus promociones u ofertas por estados de WhatsApp.


Tres factores clave que contribuyen a la exclusión:


La brecha generacional: Para muchos adultos mayores, una radio es una compañera vital y la televisión es su ventana al exterior. Migrar información -como avisos importantes, informaciones públicas, noticias locales o hasta comerciales- exclusivamente a formatos digitales, los sume en un silencio informativo. No es resistencia al cambio, es una cuestión de hábitos, acceso y, en muchos casos, de capacidad física también.


La barrera económica: Un celular acorde, una computadora, una conexión a internet mensual para mantenerlos son lujos inalcanzables para los estratos más pobres. Mientras las instituciones y empresas cierran su atención física (por ejemplo la Empresa Provincial de la Energía) para "optimizar costos" a través de apps y chatbots, condenan a los más vulnerables a un laberinto burocrático sin salida.


El analfabetismo digital: Saber leer y escribir no basta hoy. Existe un nuevo tipo de analfabeto: aquel que no sabe navegar por menús, discernir entre una noticia real y una falsa en una pantalla, o completar un formulario web. Asumir que toda la población posee estas habilidades es un error que margina a amplios sectores, incluso aquellos con acceso a los dispositivos.


Ante esto, los medios tradicionales aún son una garantía. La radio o la televisión llegan, y prácticamente de forma gratuita, a casi cualquier punto, a cualquier lugar. Todos en algún momento del día tenemos aunque sea un minuto de acceso a estos. Su uso es intuitivo. Cambiar de emisora o presionar un botón es accesible para casi cualquier persona, independientemente de su nivel educativo.


Cuando una parte de la ciudadanía no recibe la misma información que la otra, el concepto de esfera pública se resquebraja y se contribuye a la discriminación, algo que nos perjudica a todos.


Se crean dos realidades paralelas: la de los conectados, que están en las redes y se enteran de todo al instante, y la de los desconectados, que dependen de lo que escuchan en la radio o lo que ven en el noticiero del mediodía o la noche. Esta fractura es un caldo de cultivo para la desinformación, la polarización y la erosión del sentido de comunidad.


Para que todo lo anterior sea tenido en cuenta, la comunicación no puede estar en manos de improvisados. Porque ese es otro problema, creer que cualquiera puede hacer cualquier cosa.


La digitalización es inevitable y trae beneficios, pero hacerlo de manera excluyente es un acto de irresponsabilidad.


Podremos hablar de una verdadera revolución comunicacional cuando no solo pensemos en las redes o internet, sino cuando estas nuevas herramientas nos encuentren para ser más inclusivos, en beneficio de la sociedad pero también de nuestros propios intereses.


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